Un día estás sentado en la mesa compartiendo en familia, observando las sonrisas resplandecientes, el aroma del exquisito pollo a la brasa, las carcajadas de los sobrinos y las historias de los tíos de niños. Pero llega un momento donde la familia pierde el centro del núcleo y todo se desmorona, era una tarde de Mayo, cielo despejado, tensión en el hogar, llegó la noticia a casa, y las emociones empezaron a cambiar, pues mi abuela fue diagnosticada de Cáncer en el páncreas, a partir de ahí, los días pasaron muy lentos; la palabra felicidad no existía en el diccionario familiar. Los meses transcurrían y la fe se iba perdiendo, mi abuela ya no soportaba el dolor, el no poder caminar, el soportar calmantes, medicamentos, el estar postrada en una cama, el sufrimiento que pasó fue enorme.
Llegó un 13 de noviembre del 2008, solo faltaban dos días para mi cumpleaños, estaba tan emocionado como todo niño de 8 años que espera su onomástico con ansias, pero el día se entornó nublado, los llantos empezaron, los gritos de desesperación, los lamentos y todo, mi abuela había fallecido, no lo podía creer, me quedé pasmado, observando el panorama, pensando en como puedo calmar a mi madre que el dolor se apropiaba de ella, no sabía que hacer. Horas después se realizó el velorio y prosiguiendo con el entierro al día siguiente, fue una experiencia totalmente complicada, pero hay que rescatar el lado positivo, mi abuela nos dejó sus valores, sus enseñanzas, sus principios, y su amor unió de tal manera a la familia que nos hizo crecer como personas, el proceso de recuperación para la familia fue lento, la familia se volvió algo distante con la perdida, ya no existían reuniones familiares consecutivas, las fechas de navidad y año nuevo ya no eran las mismas, hasta la actualidad, pero sé que todos la llevamos fielmente en el corazón, pues fue la persona más buena y en lo personal, la extraño como a nada en el mundo.
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